Mamá Rosa no podía dejar de mirarlo. Sus ojos dormidos para siempre. El olor de la madera y la colonia con alcohol en la tela bordada cubriendo su cuerpecito. La cruz de madera al cuello que el padre Ramón le había dado para que lo acompañara en su viaje hacia el señor.
La sala en penumbra con la luz de la vela. Afuera la gente empezaba a llegar. Rosa escuchaba los pasos.
—Vamos Rosa —le dice Teresa, su hermana, desde la puerta. Ella no quiere dejar a su niño pero todos los que vinieron quieren saludarla.
Rosa sale al patio. Ya se hizo la noche. La luna llena y blanca en el cielo despejado. El frío de agosto se siente en la piel. Ella se cubre la cabeza con el chal negro, como el vestido.
Matilde y Esteban la saludan con afecto. Ellos saben lo que se siente. De los diez hijos que tuvieron, seis se fueron entre las fiebres y las noches de invierno.
Juan y Marisa llegan después. Todos con sus mejores ropas, las de domingo. Ellas con sus vestidos limpios y ellos con saco negro y galera.
Siguen llegando.Todos desfilan por la sala. La vela y el cajoncito de madera. Algunos traen flores otros sólo rezan y tocan el cajón, como si el pequeño fuera un ángel. Mamá Rosa está segura de que es un ángel, y quiere aprovechar cada minuto de mirarlo antes que levante vuelo.
En el patio sirven vino de la estancia para los dolientes. Aníbal el menor de los Rosales calienta la lonja del tambor. Ensaya unos toques. Esteban acompaña su tarea fumando tabaco.Teresa comienza a bailar al ritmo de las primeras melodías. Matilde sonriendo mueve su vestido sobre el piso de tierra y sus zapatos bajos asoman tímidos al ritmo del tambor. Juan y Marisa acompañan con las palmas mientras sus caderas bailan.
Teresa entra a la sala y toma a su hermana de las manos para llevarla a bailar entre la gente. Rosa no tiene ganas pero no quiere ser descortés.
Su vestido negro comienza a moverse al ritmo de Teresa que toma su cadera para moverla como muñeca de trapo. Rosa se ríe junto a su hermana y sus sonrisas brillan en la noche.
Cantan y bailan bajo el sereno de la noche de invierno, mientras el angelito en su cuna se cuelga de la luna blanca para subir al cielo.
FIN
escrito en contemplación de la obra "Velorio" de Pedro Figari
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