top of page

LA OBRA - (5 Capítulos)














 

CAPÍTULO 1 - DÍA 1: La llegada


Tocan el timbre.

—Ya llegaron? Pero qué hora es? —dice Viviana todavía en la cama.

El cuarto todavía oscuro. La cortina pesada tapando el sol de las siete de la mañana.

La cama doble, el acolchado caído en el piso.

Esteban resoplando se sienta en la cama. El calor de febrero pegado en la remera blanca gastada. La barba crecida del lunes y los cuarenta y cinco años en el gris del pelo corto.

—Parece que están acá, no te parece querida? –dice Esteban, con sarcasmo.

Se incorpora y camina lento hacia el baño.

Viviana resopla acostada. El viejo camisón de algodón remangado en la cintura.

Esteban sale del baño y tantea en la oscuridad el short de jean del asado del domingo.

Se lo calza mientras camina descalzo hacia el living.

Viviana se levanta y su cuerpo delgado vuela al baño.

Lava su cara y sus dientes. El pelo castaño rozando los hombros. Los cuarenta y tantos en los ojos cansados. El sol del verano no ha hecho más que marcar las pocas líneas que recuerdan los años vividos.

—Buen día —dice Esteban al abrir la puerta.

Afuera está Ruben, el albañil. Cincuenta años de vida y más de treinta de oficio. Macizo, metro ochenta y sonrisa amplia. Un cigarro en la oreja, por si el vicio no quiere esperar. Con él llegan Martín y Daniel, los peones. Veinte años y pocas palabras.

—Buenos días Esteban.

—Llegaron temprano… —dice Esteban.

—Si, quería dejar los materiales temprano para empezar en hora. Y la barraca llega temprano y tengo que revisar el pedido que armamos.

—Bien, bien…

Ruben entra a la casa con los muchachos. Con varios viajes entran todas las herramientas. La escalera de metal y la radio spica. Ya está sonando la plena. Hay interferencia y Martín acomoda la antena de metal hasta que ajusta el sonido.

Esteban cierra la puerta.

—Les abro afuera si quieren…

—Si si, así vamos limpiando la zona. Haremos el contrapiso primero que nada.

—Claro… —dice Esteban.

Ruben prende el cigarrillo.

—Adentro no por favor…

—Perdón —dice Ruben, y apura el paso hacia el patio.

–Soy asmático, y están los niños también.

—Claro, claro. Son dos, verdad?

—Tres en realidad. El grande no estaba el otro día.

—Ah, claro.

Esteban va hacia adentro.

Ruben comienza a acomodar las herramientas. Ese trabajo le llevará dos meses si el tiempo acompaña.

Entra a la casa y busca a Esteban.

—Esteban, tengo que ir hasta la camioneta.

—Está abierto el portón.

—Bien…

Ruben camina a la camioneta. Del piso del acompañante toma la matera. La yerba está casi nueva.

Camina de vuelta a la casa.

—Buenos días—dice Viviana ya vestida con el uniforme de trabajo.

—Buenos días señora.

—Necesita calentar agua? —dice ella.

—No, estoy bien.

—Yo ya vuelvo Ruben, voy hasta la parada para acompañar a Viviana —dice Esteban.

Ruben asiente con la cabeza.

Esteban se calza las alpargatas y los lentes negros. Viviana con la cartera al hombro sale hacia la calle.

Él le ceba el mate. Ella organiza en su cabeza todas las cosas que esa jornada le depara después de las ocho horas.

—Empezamos por fin —dice él.

—Sí, ya me cansa de pensarlo...

—Son dos meses nomás.

—Si, dos meses si se alinean los astros…

Él se ríe.

Los dos caminan por el balasto de la calle del balneario, pensando en que bien valen aguantar la obra dos meses para cumplir el sueño del segundo baño en la casa.

Son sólo dos meses.



 

CAPÍTULO 2 - DÍA 5: Ola de Calor


Lunes. Diez de la mañana. Feriado.

Pican los treinta y cinco grados. “Ola de calor de febrero” decía el informativo más temprano.

La mezcladora suena con las chicharras de la mañana.

Viviana lava los platos de la noche anterior. Siente las gotas de sudor corriendo por la espalda. El pelo pegado al cuello y los pies le explotan.

No es el mediodía y ya está exhausta. Envidia por primera vez a Esteban que trabaja los feriados laborables.

Qué bien le vendría a ella ese lunes ir a descansar a la oficina con el aire acondicionado. No tendría que preparar almuerzo para cuatro, ni limpiar el polvo y la mugre que se reproduce toda la jornada a pesar de sus esfuerzos. No quiere ni pensar cómo será cuando la obra siga dentro de la casa.

La cumbia se escucha de fondo de las charlas de los albañiles. Llovió dos días y recién en el día cinco están avanzando. El calor ayuda.

Sus hijos de doce y quince años juegan al fútbol en el jardín. Carolina de seis se pasea entre los dos desafiando los pelotazos contra la red. Sexto sentido nacido de ser la princesa que llega después de dos varones. Tiene más vidas que super mario bros y es más viva que sus dos hermanos grandes. Cuando quiere pone su cara de ángel y consigue lo que quiere. Su padre le baja la luna igual si ella le pide.

Carolina deja la cancha de fútbol y pícara se asoma en la obra. Daniel y Martín los peones acomodan la mezcla. Ruben fuma un armado mientras prepara más material. El sol quema y quiere tener todo hecho antes de cortar al mediodía. En la tarde quiere adelantar trabajo y dejar presentada la cañería para el nuevo baño.

—Qué es eso? —pregunta Carolina.

Ruben se sobresalta y la mira.

Carolina le sonríe.

—Es pintura?

—No, es para hacer el piso.

—Se ve asqueroso —dice ella.

Ruben le sonríe.

—En serio… —afirma Carolina.

Ruben toma otro balde y lo llena de mezcla para dárselo a los muchachos, y se vuelve hacia la niña pero Carolina ya corre hacia la casa.

—Mamá mamá…

—Qué Carolina? —contesta Viviana. Ya terminó de lavar y ahora empana unas milanesas.

—Nada, nada, es una sorpresa… —dice Carolina, entusiasmada.

—Ah bueno...

—Pero no te puedo contar, porque es sorpresa mamá! —grita Carolina y se ríe fuerte.

Con las dos manos llenas de mezcla deja sus huellas por toda la sala. Se ríe pícara y corre afuera por más mezcla.

Mediodía. Viviana y los chicos comen las milanesas con arroz en el patio. Dos litros de jugo de naranja y medio kilo de uvas. Después cada uno levanta su plato. Viviana lava de nuevo los platos en la cocina mientras los tres niños se refrescan bajo el agua de la manguera tibia en el pasto. Ruben y los dos peones descansan bajo los pinos. El asado de obra ese día se cambia por unos sandwiches y un refresco frío del supermercado.

Viviana termina de lavar y se encamina hacia su cama. La siesta del feriado es sagrada.

Igual para qué va a limpiar si todo va a volver a ensuciarse. El piso está blanco de polvo y lo estará hasta el fin de la obra. No hay nada más que hacer. La ropa ya está colgada secándose al sol en la cuerda.

Un rato de descanso lo tengo ganado, piensa mientras se recuesta en su cama. Cierra los ojos. Las chicharras y las risas de los niños son un arrorró.

—Señora, señora —le llama Ruben desde la puerta del cuarto.

Viviana abre los ojos.

—Señora… —insiste Ruben.

Viviana se incorpora. Escucha el ruido del agua que corre.

—Tuvimos un problema…

Ruben sale hacia el fondo con Viviana. El caño de entrada del agua abierto como regadera. Carolina baila bajo el agua limpia que cae como lluvia.

—Vamos a tener que cerrar la entrada de agua. Daniel sin querer rompió el caño.

—El agua de toda la casa? —dice ella sorprendida.

—Si…

Viviana lo mira.

—Pero para mañana queda arreglado —dice Ruben.

—Mañana? —dice Viviana.

—Si, este caño no es fácil de conseguir. Voy a tener que ir hasta Montevideo. Pero hoy no va a quedar arreglado.

Ruben cierra la llave. Carolina se queja. Le gustaba la lluvia de agua fresca.

—Ahora acomodamos todo y mañana temprano lo arreglamos, quédese tranquila.

Ruben le sonríe y se prepara para terminar la jornada. Guarda metódicamente las herramientas, se acomoda y se encamina a la camioneta con los muchachos.

Ella lo mira irse. Los pies descalzos en la tierra negra y mojada. El caño roto.

La casa sin agua, cuarenta grados de calor y los tres niños sucios hasta las uñas de los pies.

No sabe si reírse o llorar.

A las nueve llega Esteban. Los niños duermen. La vecina le prestó la ducha y ella los hizo desfilar para acostarlos temprano con un licuado de frutas y una película.

Viviana lo esperaba en la reposera en el fondo. La tierra reseca del día. La cerveza fría.

—Hola mi amor, cómo andás? Sobreviviste? —dice él sonriendo—los chicos ya duermen? Ya vi los dibujos de Carolina en la pared...

Ella lo mira. Cómo envidia esa sonrisa ignorante de lo que es un día en la obra. Respira hondo.

—Vení Esteban, sentate que te cuento…


 

CAPÍTULO 3 - DÍA 20: Colores


—Me estás jodiendo… verdad? —dice Viviana.

Seis y media de la tarde. Ferretería de la Unión.

Mira a Esteban y se ríe.

El vendedor en silencio acomoda las muestras de cerámicas sobre el mostrador.

—No, decía en serio… —dice Esteban sosteniéndole la mirada.

—Te parece? Piso cerámico blanco… Un baño con tres nenes. En la costa. Ya me lo imagino, lleno de barro, arena, pelos…

Esteban sonríe.

—Tener esos pisos limpios es misión imposible.

—Sos exagerada.

—No, para nada. Esos pisos blancos son lindos en las revistas de decoración nomás. En la vida real son un dolor de cabeza.

Viviana hace una pausa.

—Ya me imagino pasarme limpiando y viendo el piso siempre sucio.

—Vos porque sos una obsesiva —acota él.

—Obsesiva nada, ya vi la película. Todo el tiempo pasando el trapo para igual vivir la pesadilla de nunca disfrutar del piso limpio.

—Yo también paso el trapo. No te hagas la víctima tampoco.

Viviana se ríe.

—Además —continúa Esteban—, prefiero el piso blanco a tu idea del piso verde. Voy a tener pesadillas con esa guarda en las paredes verde cotorra.

El vendedor mira el piso, tratando de respirar suave para ser invisible en la pequeña discusión casera. Ya estaba acostumbrado. No había pareja que no pusiera su matrimonio a prueba poniéndose de acuerdo en los azulejos del baño.

Era casi tan delicado el tema como elegir el nombre de los hijos.

—Hagamos una cosa. Ya que yo no voy a dar el brazo a torcer con el tema del piso blanco, y vos no querés el verde cotorra, pensemos en otro tono.... Por ejemplo azul…

—Tenemos una gran variedad de cerámica azul —comienza a decir el vendedor—, y las guardas haciendo tono son muy variadas.

El vendedor les sonríe, feliz de tener una vía de escape de la discusión.

—Si me permiten, les muestro.

—Si, vamos, no vale la pena divorciarse por el piso del baño —dice Esteban.

El vendedor los guía hasta otro salón donde están todos los tonos. Detrás va Esteban y Viviana.

—Tenés razón, dejemos el causal de divorcio para cuando elijamos el tono de las paredes del dormitorio —bromea ella.

El vendedor se ríe de compromiso, feliz de no perder la venta.

Suena el teléfono de Esteban.

—Hola? Francisco, qué pasó? —dice Esteban en el teléfono.

Viviana lo mira, leyendo su expresión.

—Bueno, bueno, no quiero que me vengas con esos cuentos —dice Esteban al teléfono, levantando el tono—. Cuando llegue a casa hablamos.

Esteban corta.

—Qué pasó? —pregunta Viviana.

—Nada, bobadas. Se pelearon Carolina y Pablo y me viene con el cuento.

—Bueno, estos son los más llevados —dice el vendedor, sabiendo que mucha gente siente seguridad al saber que más gente eligió esos tonos. Aunque esto no sea más que una inocente maniobra del vendedor por concretar, o algunas veces para sacarse el clavo de una partida.

—Éste me gusta —dice Viviana tomando una de las cerámicas azules en tono azul piedra—. Me encanta porque el color está bueno y tiene textura irregular, la mugre no se nota tanto…

—Vos todo lo medís de acuerdo a la suciedad —dice Esteban riendo.

—Tarado… Te gusta o no te gusta? A mi me encanta, y con esa guarda de allá quedaría bárbaro —dice Viviana señalando una guarda en tono azul y tonos claros—. Pero sino podemos volver al verde cotorra.

Esteban se ríe.

—Entonces les calculo cuánto sería con esa combinación —dice el vendedor, sonriéndoles.

Miércoles de tarde. El caño general roto era historia vieja. Ruben verifica la cañería del baño nuevo. La presión había reventado una de las uniones de pvc. Seguramente alguno de los muchachos no había puesto bien los sellantes.

—Buenas —dice Esteban asomándose al baño en reformas.

—Buenas —dice Ruben, sin levantar la vista del caño. Todas las uniones con jabón, el agua corriendo, el piso de material y las aberturas todavía sin colocar.

—Cómo van?–pregunta Esteban.

—Ya estamos por entrar a la casa. Ya está confirmado que el viernes ponen las aberturas. Ese día abrimos la unión con la casa y ya queda todo integrado.

—Y pudo hablar con el de las rejas? Lo llamé pero no me contestó la llamada –dice Esteban.

—Hablé con él la semana pasada. Hace años que trabaja conmigo, no se preocupe.

—Bien, entonces confío…

—Sí hombre, tranquilo, no puede quedar pegado conmigo porque se queda sin laburo—dice Ruben.

Esteban se ríe. La confianza, eso tan difícil de tener a veces en tantas cosas. Pero ahí no tenía otra. Y estaba Ruben que era cumplidor, un fuera de serie.

Los chiquilines se turnan para ducharse en el único baño de la casa. Viviana con la ropa del trabajo todavía puesta pasa incansable el trapo por el piso de la casa, blanco de material.

—Viene todo bien —dice Esteban, entrando al living.

—Ah, qué bueno —dice ella sin dejar de limpiar.

—Sí, parece que el viernes entra la obra a la casa cuando pongan las aberturas, y las rejas vienen la semana que viene. Lunes o martes parece.

—Bueno, bárbaro.

Ruben entra en la casa. Ya está pronto para partir.

—Bueno, marchamos —dice, y se encamina con los dos muchachos hacia la salida. Todos llevan las caras lavadas y los pelos peinados hacia atrás. El agua y algo de gel se combina con la colonia barata.

Viviana no puede evitar mirar los zapatos de obra pasando por el piso que está limpiando. Es inevitable, limpiará todo de nuevo cuando se vayan.

—Al final el baño es azul… pensaba que era verde y me llegó azul —dice Ruben— . Casi tiro todo el pedido para atrás...

—Mejor ni saque el tema Ruben, que casi nos vale los quince años de matrimonio el verde cotorra —dice ella.

Ruben se ríe.

—Y eso que faltan los artefactos todavía…

Esteban le sonríe.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana —dice Esteban y le abre el portón de salida.

Cierra la puerta de calle. Viviana pasa el trapo de nuevo por todo el living.

Esteban se ríe.

—De qué te reís? —dice Viviana, dejando de trapear.

—Me imaginaba nuestra discusión con los artefactos.

—Te juro que te dejo elegir a vos el modelo que quieras. Mientras que tenga un water para mí sola por un rato, no me importa nada. Decidí vos…

Esteban sonríe. Viviana le corresponde la sonrisa.

Él se acerca y la abraza. El piso blanco era azul, pero el matrimonio había sobrevivido.



 

CAPÍTULO 4 - DÍA 35: El Herrero


Sol del mediodía. La música al son de cumbia suena a todo trapo.

Ruben tira unas tablas en el fuego ya prendido. Dos tiras de asado en la parrilla se terminan de hacer mientras los peones duermen al sol. Prende un cigarro armado.

—Ché Martín...—dice Ruben.

—Qué pasó? —dice Martín sobresaltado.

Ruben sonríe. Nada le gusta más que despertarlos de la siesta del burro. Siempre se dormían y quedaba solo con la parrilla.

—Traeme las hojillas del auto.

Martín se incorpora obediente.

—Dónde están? —pregunta Martín mientras camina hacia la casa.

—En la guantera —dice Ruben, dando vuelta las tiras. Ya casi están.

Martín entra a la casa y se encamina al portón.

Ruben busca la tabla y se prepara para sacar la carne.

Daniel se incorpora con letargo. El aroma del asado se impone sobre el sueño.

Se escucha un ruido fuerte.

Ruben camina hacia la casa buscando a Martín con la mirada.

—Martín, qué pasó?

Nadie contesta.

Ruben entra en la casa. La luz del sol del patio todavía en los ojos le impide ver con claridad.

Ve a Martín agachado. Trozos blancos de porcelana esparcidos por toda la sala.

—Martín, qué hiciste?

—No se qué pasó… se cayó solo…

Ruben lo mira con rabia.

—Se cayó solo… por favor! Ese jarrón estaba en el aparador… tuvo que caminar solo hasta el borde para caerse?

—Perdón Ruben… quería ver qué tenía adentro.

Ruben se ríe de rabia. Era tan difícil encontrar peones que le respondieran. Y justo Martín venía bien.

—Qué tenía adentro… Martín, es un jarrón de porcelana, qué va a tener adentro? Es un adorno!

Martín sonríe y levanta los hombros en gesto infantil.

Ruben respira hondo. Es el hijo de su hermano, no puede ponerle una mano encima, pero qué ganas de sacudirlo un poco.

—Juntá todos los trozos y los guardás en una bolsa.

Martín tímidamente le da las hojillas.

Ruben furioso vuelve a la parrilla. Daniel mira el celular en el pasto.

Las tiras de asado negras, arden.

Sábado. Esteban al teléfono.

—Ya estoy yendo Esteban, termino de cargar el camión y voy —dice José, el herrero.

—Bien, bien… lo espero entonces —dice Esteban y corta el teléfono.

Ya habían pasado tres semanas desde que la obra estaba integrada en la casa. Las aberturas colocadas, los vidrios en su lugar. Sólo faltaban las rejas.

Las malditas rejas, como pensaba Esteban. Eso le impedía poder dejar la casa sola. No era que tuvieran muchas cosas de valor, pero las que tenían las habían ganado con esfuerzo. Pagaban un servicio de alarma es cierto, pero ya los habían robado dos veces con rejas, con vidrio pelado no duraría una tarde la casa sin tener una visita de los amigos de lo ajeno.

Ruben le había asegurado que José trabajaba muy bien, que nunca antes le había fallado con los tiempos, que qué sorpresa… etc, etc, etc.

Lo cierto es que ahí estaba él, otro sábado esperando al herrero. No sólo se había atrasado tres semanas, había amagado con ir también y más de una vez.

Ahora eran rehenes. Habían entregado la mitad de seña y no era fácil renunciar y buscar otro herrero. Tampoco tenían garantías con un proveedor nuevo.

—Esteban, vos te quedás? Yo tengo que ir por los libros de los chicos.

—Sí, yo me quedo a esperarlo.

—Ah, me olvidaba, después tenemos el cumpleaños de Lucía.

—Dale, perfecto, mandale saludos.

Viviana y los niños con sus vocecitas se perdieron con el ruido del auto que salía rumbo a Montevideo.

El parrillero y el cuarto del fondo era tierra de nadie. Desde las herramientas de los obreros, baldes, tablones, de todo. La casa estaba apenas habitable. Los pisos seguían siendo blancos de material, con las marcas de los zapatos de todos. Las camas apenas tendidas y la ropa que se apilaba en las sillas, ya estaba lavada y colgada para poder sentir que se sigue un orden mínimo. Los platos lavados, el perro con su ración.

Tenía un momento para descansar mientras José llegaba de la capital.

Esteban se instala en el jardín. Lleva un libro y espera. Ya es marzo y las chicharras siguen sonando en la tarde de treinta grados.

Cuánto podría demorar el hombre? Una hora, más o menos… Ideal para darse un tiempo para leer esa novela que le regalaron en navidad y no había podido ni abrirla.

John Grisham. Cuatrocientas páginas. No entiende cómo todavía puede tener imaginación para seguir escribiendo historias. Todas similares pero distintas.

Se escucha un portazo. Esteban se despierta sobresaltado.

—Hola papi! —grita Carolina, saltando sobre su falda.

Esteban todavía medio dormido le sonríe.

Ya es noche cerrada. Francisco y Pablo lo saludan de lejos y se encaminan al cuarto. Toda la barra del secundario se conecta ese sábado para el campeonato de Fortnite.

—Hola Esteban, ya veo que trabajaste duro… —bromea Viviana y lo saluda con un beso.

Esteban, con Carolina prendida de su cuello como garrapata, se incorpora de la silla plegable.

—Y el herrero? —dice Viviana.

—Eso me gustaría saber a mí también… —dice Esteban.

—No lo puedo creer… nos dejó plantados otra vez… —dice ella fastidiada.

—Voy para allá me dijo… qué careta!!! —dice él molesto.

—Bueno, digamos que vos aprovechaste a pegarte tremenda siesta… me descolgaste la ropa antes que anocheciera? No, para qué…

Esteban la mira. Prefiere no contestar. Se le suman el fastidio y la impotencia del herrero que los dejó clavados otra vez.

Carolina se baja y corre hacia la cocina.

—Mamá tengo sed… —dice mientras abre la heladera, y saca la botella de vidrio llena de agua helada.

Viviana entra y le da un vaso de plástico. Carolina toma el agua helada.

El motor del auto prendido, la salida acelerada. Viviana se asoma a la vereda. Esteban con el auto se pierde por la calle oscura. Lo llama al celular. No atiende.

“No hagas boludeces”, le graba en un audio Viviana a Esteban en el Whatsapp.

Entra a la casa.

—Qué raro… el jarrón de mamá… —dice extrañada mirando el aparador vacío.

Esteban maneja una hora diez minutos. General Flores al 3000. Estaciona. Abre la valija. Toma el palo de jockey de Carolina.

Hecho una furia se encamina a la puerta y golpea con fuerza. Nadie aparece. Golpea de nuevo.

José adentro termina de darle de comer a su bebé en la sillita. Deja el platito y se encamina a la puerta.

—Ya va, ya va… —dice José, mientras abre la puerta del frente.



 

CAPÍTULO 5 - DOMINGO


—No sabés papá qué bien me fue en Matemáticas. Fui el único que me saqué doce, el único!! —dice Pablo sonriendo.

—Qué bueno! Te felicito!—le dice Esteban sonriéndole mientras le palmea la espalda.

Pablo sonríe feliz con sus dientes blancos y algo desparejos de sus doce años.

—Y me hizo pasar adelante a resolver dos ejercicios el otro día, y también me fue bárbaro—continuó Pablo aprovechando la atención—. Seguramente pase con doce, te lo juro que esa profe me ama!

Viviana se ríe y lo mira orgullosa.

Francisco de brazos cruzados mira con un poco de celos la escena. Su cuarto año de liceo no brilla con doce. Hasta el ocho que se sacó en dibujo le suena poco.

—Y vos Francisco, no contás nada...—dice Esteban, leyéndole la mente.

Francisco sonríe nervioso.

—Yo no soy un traga comelibros como éste —dice señalando al hermano.

—Qué celoss… —dice Pablo burlándose.

—Celos de vos? Un ñoño? Estás loco… —contesta Francisco.

—Bueno, bueno. Dale Francisco, contá de vos —dice Viviana interviniendo para que no sigan. En general esas discusiones bobas terminan arreglándose a las piñas.

—Yo impecable, me saqué ocho en dibujo —dice Francisco.

—Andá, dibujo, eso no es nada, cualquier boludo sabe agarrar un lápiz —lo pelea Pablo.

—Vos callate que nadie está hablando contigo —lo calla Francisco molesto.

Pablo se ríe y lo mira sobrador.

Francisco tiene unas ganas de bajarle la sonrisa de un saque, pero se aguanta. Sino se la liga él. Siempre es lo mismo.

—Y además me saqué 6 en literatura, la subí este mes o sea que seguramente no me la lleve a examen —sigue Francisco.

—Bien, porque es una brava de preparar —dice Esteban.

—Sobretodo porque hay que leer libros… —bromea Viviana y le hace una guiñada a Francisco.

Francisco sonríe.

—Miren todos! —dice Carolina, mientras muestra su dibujo en papel garbanzo.

Todos obedientes miran el dibujo. Carolina sonríe con su ventanita bajo las encías por la paleta de leche que ya se cayó.

—Precioso mi amor —dice Viviana.

Esteban le sonríe. Carolina se cuelga de su cuello y se sienta en su falda.

—Bueno papi, nosotros vamos a ir yendo —dice Viviana.

—Yo no me quiero ir, me quiero quedar con papá —dice Carolina.

Viviana le sonríe. Los ojos se le llenan de lágrimas pero se aguanta.

—Vamos linda, ya hablamos de eso —dice Viviana.

—Dale Caro, siempre lo mismo contigo —dice Francisco molesto.

Esteban abraza con fuerza a Carolina. Después a Pablo. Francisco prefiere palmear las manos.

Viviana lo abraza y se va con los chicos. Él los ve irse y los saluda cuando miran para atrás y lo buscan.

Él deja la mesa de metal de la sala de visitas y se va. El oficial Omar le sonríe. Él lo cuida porque Esteban le consigue todos los libros que necesita para recibirse, gracias a Viviana que los saca de la Universidad.

Ya en la celda se sienta en su cama. Afuera está lloviendo y no habrá salida. Las obras completas de Ibsen serán una buena opción para esa tarde de domingo.

Se recuesta y reengancha a leer en el acto dos de Casa de Muñecas.

Mientras se acomoda piensa en cómo cambió su vida, si no hubiera ido a ver al herrero. Si José no hubiera abierto la puerta, la historia sería otra.

Esa noche, antes de preguntar nada, le partió el palo en la cabeza como un energúmeno. Nunca le había pasado. Era la rabia contenida, la impotencia, todo junto.

Después la sangre tibia y la bebé llorando desde la sillita.

Los oficiales no tuvieron que buscarlo. Él se entregó. Después vinieron los juicios, las peleas y la nueva vida.

Ahora tiene baño incluido y rejas por todos lados, pero no puede salir...

Y en su cabeza sigue girando cómo fue que se dejó convencer por Viviana de hacer un segundo baño...


FIN





Etiquetas:

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page