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VEINTIDÓS DE DICIEMBRE



Veintidós de diciembre. La navidad está en el aire.

El supermercado hierve de clientes. Los carritos metálicos chocan en los pasillos. Los pasos apurados y los resoplidos se pasean entre las góndolas atiborradas de comida saturada de conservantes y calorías. El aroma de los pollos grillados de la rotisería se mezclan con los pan dulces y la fruta abrillantada de la sección confitería. Los empleados de remera roja, no dejan de reponer refrescos en las heladeras con movimientos rítmicos, casi como robots. El sector de turrones y budines navideños contiene el mayor tráfico y número de colisiones de todo el supermercado. Las manos se cruzan entre los estantes de las tortas imperiales y los rellenos de maní y bañados de chocolate. La música navideña con su “Noche de Paz” suena de fondo, entre el caos, casi como escena de alguna película bizarra de cine independiente. Martín con su paso lento y tranquilo, contrasta con el espíritu ansioso, apurado que ronda en el local. Dieciocho años, delgado y con los hombros un tanto encorvados. Remera blanca y bermuda de jean. Las chancletas y las manos en los bolsillos. El pelo castaño y despeinado baila frente a sus ojos claros. La barba hípster tupida y oscura. Delante va su madre Marta, rubia de peluquería, con lista en mano, con su trajecito negro entallado y sus tacos de oficina resonando en el piso blanco. El carrito con la cena de navidad. Refrescos, champagne, el pollo arrollado, turrones, budines y algunos frutos secos. De la lista le quedan horas. Martín con su parsimonia la acompaña para poder darle una mano y cargar y descargar el auto en la casa. —Dale Martín, apurate que sino no terminamos más —le dice Marta. —Tranquila mamá que no me voy a perder —bromea Martín—. Acordate que inventaron los celulares. —Bobo —contesta su madre sonriendo. Sigue apurada por los pasillos. Esa navidad vienen todos a su casa. Por primera vez en años lograron juntarse todos los hermanos. Varias generaciones brindando junto a la misma mesa. Las muchachas están en la tarea ese día de dejar toda la barbacoa impecable, los cubiertos lustrados y los cuartos de invitados con las camas hechas y estiradas. —Bueno nene, entonces para ganar tiempo conseguime semillas de girasol —dice Marta—. Me dijo Juancho que si no tenemos picada sana Mariela se nos ofende, y lo último que quiero es tener un problema con ella por no comprarle el alpiste que le gusta. —Dale, voy —dice Martín y sale, con su parsimonia, en busca de las semillas. Luego de algunas preguntas a los bien dispuestos empleados de remera roja, llega a la zona de productos orgánicos. Busca en las góndolas, y ve varias semillas en los estantes más bajos del final del pasillo. Llega al lugar y se agacha mientras busca con su vista la palabra girasol. Divisa una última caja. Estira el brazo y, ante su sorpresa, una mano delgada toma las semillas de girasol. Rubia cabellera, rulos largos y naturales, el vestido blanco y suelto, las sandalias de pies descalzos. Parecía un ángel que se le aparecía en las vísperas de navidad. Al tomar la caja, la chica gira la cabeza y lo mira a los ojos sonriendo. —Discúlpame, no te vi —le dice ella—. ¿Tú también ibas a tomar las semillas de girasol? Ambos se incorporan. —No te preocupes —le dice Martín, mirándola. Era tan linda que no le salían las palabras. —Pero no quedan más… —dice ella, ofreciéndole la caja. —No, no puedo aceptarla, quédatela —dice él. Los dos sonríen y se miran. El tiempo se detiene para Martín. La música diabólica navideña ya no la escucha. Tampoco los carritos apurados ni los gritos. No puede más que mirar a ese ángel. —Ay Martín, por dios, veinte años para conseguir una cosa que te pido —interrumpe Marta, con el tono autoritario que conoce de memoria. —Por favor mamá… —le dice él. —¿Y las semillas? Te distraés fácil, querido —dice la madre. Martín la mira furioso. —Señora, es la última caja, tómela —dice la chica, ofreciéndole la caja a Marta. Marta la mira asombrada. —No, no la vamos a aceptar, es tuya —dice Martín. La chica le tira el paquete y Martín lo toma en el aire. —Ahora es tuyo —dice riendo ella. Dándole la espalda se encamina al final del pasillo. —Podrías decirme tu nombre? —pregunta Martín levantando la voz. —Julieta —dice ella, alejándose mientras su vestido blanco y largo baila al ritmo tranquilo de sus pasos. Martín la ve irse y luego mira la caja. —Dale Romeo, vamos —le dice Marta burlándose. Y todo gracias a la tía Mariela y sus semillas de girasol, piensa sonriendo. Marta sigue con sus pasos apurados hacia las verdulería. Todavía le queda toda la compra para la ensalada de frutas. Martín la sigue con su paso lento. La música de navidad de los parlantes suenan con la versión de Lennon mientras la sección de budines tiene un embotellamiento de carros. Afuera en el estacionamiento repleto de autos, dos hombres se golpean luego de haber discutido por un lugar libre del parking.

Veintidós de Diciembre. La navidad está en el aire.


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