—Ta, ¡no saques más fotos por favor! Me tenés cansada —dice Julieta furiosa, detrás de los lentes de sol que ocultan sus enojados ojos. —Pero qué mala onda que tenés hoy Julieta —le contesta Juan sin sacar la vista del celular, mientras escribe “En el bar” en el pie de la foto recién sacada y la postea en Twitter. —Sabés que no está bueno y no tenés por qué estar mostrando cada segundo de tu vida —le dice Julieta, y después agrega—, ¿vos pensás que a tus seguidores les interesa la ensalada que estoy comiendo hoy? Y si es así, ¿qué les pasa? ¿No tienen vida personal? Please, un poco de privacidad está bueno. Lo mira a Juan a través de los lentes oscuros para encontrar los ojos de él todavía en el dispositivo móvil. Entonces un poco fastidiada estira la mano y baja el celular de él hasta la mesa y logra captar su mirada. —¿Escuchaste algo de lo que dije, Juan? —le dice. —Si amor, claro… —replica Juan con una sonrisa torcida, casi riendo. —A ver, ¿qué dije? —dice Julieta también sonriendo. —¿Me estás tomando un examen de atención, querida? Dale, Julieta, no seas mala…—dice Juan volviendo a mirar el celular. —Respondés con otra pregunta evasiva… obvio que no escuchaste nada porque estabas muy concentrado en la estupidez que acabás de postear —contesta Julieta, ahora sí más enojada que sonriente. —Comiendo con Julieta, o Almuerzo soleado, o Almorzando con Julieta , ¿cuál de todas estas increíbles frases pusiste? Seguro tenés que gastar varias neuronas para redactar algo así —dice ella con sarcasmo y agrega—. Seguro tu maestra de sexto grado se está riendo de todos los verbos mal conjugados y las oraciones mal armadas que publicás. —Por Dios, ¡no me podés hablar de mi maestra de sexto! —dice Juan y larga una carcajada. —Seguro ahora estará torturando a otros niños indefensos, o en una casa de salud —agrega riendo. Baja el celular y le regala su sonrisa con una guiñada. —Bobo, pobre mujer…ya la internaste —le dice ella sonriendo también. Por unos segundos se ríen juntos y ella le toma la mano. —Juan, tenés que entender que a veces me molesta y mucho estar tan expuesta. No tengo ganas de que todo el ciber espacio vea mi vida personal. Si vos querés hacerlo con tus actividades personales, es un tema tuyo —le dice ella dejando ya las sonrisas, mientras se acomoda el pelo en la espalda con las dos manos. —Además realmente me parece algo tan banal y superficial publicar cada cosa que hacés, y por supuesto más banal y superficial leerlo… aunque todavía entiendo a la gente que lo lea mucho más que a la que lo escribe —dice ella, y agrega—. Alguien puede necesitar leer algo así por una situación especial, depresión, aburrimiento, ocio puro. Ahora Juan está más serio y con el celular en la mesa la mira mientras ella sigue hablando. —Pero que vos, un hombre exitoso con una vida de trabajo y disciplina, te obsesiones por registrar cada bobada que hacés, no te banco. Creo que de escribir tantas frases hechas y tantas estupideces se te deben suicidar varias neuronas cada día —dice Julieta. —La cuenta por favor —dice Juan mientras le hace el gesto al mozo con la mano derecha escribiendo en el aire. —Ché, pero te estoy hablando todavía, ¿qué te pasa? ¿Es que no querés comunicarte conmigo? Capaz que mejor te mando un tuit con mi opinión así por lo menos la ves —le dice Julieta con sarcasmo. —¿Qué querés que te diga? Para mi sos una exagerada. No es para tanto. No lo hago sólo por los seguidores, a mí me divierte, y me distrae también. ¿Eso está mal? ¿Es grave o reprochable? Creo que hay cosas peores —dice él mientras saca la plata para pagarle al mozo que espera parado junto a la mesa. Juan paga la cuenta y mira a Julieta. —Al final de cuenta lo de hoy fue una foto de una ensalada en un mediodía de sábado. Seguro hay miles en Twitter, Instagram, Facebook. No soy original ni pretendo serlo. No estoy para el arte, sólo para el relato de lo vivido. Nada más. Pero si tanto te molesta no lo hago más, tranquila —le dice él. Julieta se ríe y lo mira mientras Juan ya se incorpora para irse. Ella estira la mano hacia la silla de al lado y toma la cartera mientras se para y se acomoda el saco.
—¿Sabés qué pienso? —le dice ella, y agrega—, que ahora tendrían que cambiar la frase “hasta que la muerte los separe” por “hasta que internet los separe”, ¿no te parece? Creo que hasta Dios estaría de acuerdo en la actualidad de esta frase.
—Pero querida, ahora internet es Dios —le dice Juan.
—Tenés razón —agrega ella y salen del bar sonriendo.