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GRUPO DE WHATSAPP



—Increíble, se borró del grupo nomás —dice Mariana.

Mariana con sus cuarenta y cinco recién cumplidos suspira.

Sus diez quilos de más que le quedaron desde su último embarazo y su tinta negra en su larga cabellera.

El rostro maquillado desde temprano y las pestañas postizas.

—¿Quién se borró? —le pregunta su hija Daniela, sin mirarla.

Su celular y las historias de Snapchat de sus amigas la hipnotizan. Su pelo corto y sus orejas decoradas de caravanas de todos colores. El piercing en la nariz y sus uñas azules.

—Esther, Esther se borró del grupo de amigas de Whatsapp. Es increíble. Le escribí por privado y me clavó el visto.

—Mamá, sos tan graciosa cuando decís me clavó el visto. No te va decir eso —le dice su hija riéndose a carcajadas.

Levanta la mirada y ve a su madre. A pesar de sentirse un poco dolida Mariana no puede evitar sonreír. Su hija siempre lo logra.

—Cierto, cierto. Me sale de escuchártelo decir a vos querida —le dice—. Es que no entiendo a la gente. Uno crea un grupo para estar en contacto y siempre da para todo. Está el que se borra en seguida, el que critica la cantidad de mensajes y el que atomiza con cadenas.

—Eso pasa en tu grupo de veteranas mamá —dice Daniela riéndose y volviendo a su celular.

—Pero después cuando alguien avisa algo importante, queda entreverado entre tarjetas de snoopy y fotos de plantas del jardín —continúa Mariana.

Se arregla el pelo hacia un costado y sigue.

—Primero fue el Mail, después Facebook y ahora Whatsapp. Todos quieren comunicarse, quieren estar pero no recibir demasiado —dice Mariana, dando un largo suspiro para seguir— . Quieren elegir contenidos y no sólo en Netflix y Youtube, también en los grupos de afinidad. No quieren fumarse todo lo que tengan que decir todos.

Hace una pausa. Daniela sigue atenta su celular con sus dedos moviéndose como alfileres sobre la pantalla de cristal.

—Y después cuando llegan los avisos importantes con un Whatsapp están solucionados. Cualquier cosa la culpa la tenés vos por no chequear tus mensajes—dice Mariana, y agrega—, fíjate el entierro del esposo de Nancy, me terminé enterando de casualidad y llegué al cementerio nomás. Insólito.

—Mamá por dios… —interrumpió Daniela— , ¿cuánto hacía que no veías a Nancy? Ni sabías que el esposo estaba enfermo.

—Tenés razón…

—Entonces tampoco es parte de tu vida, y capaz que está bien que no te enteraras —sigue Daniela—. Son amigas de Facebook, que no significa nada…

—Cierto, cierto —responde pensativa Mariana—. Igual sigo enojada.

—¿Con Nancy? —pregunta Daniela, sorprendida.

—No, no, pobre Nancy… —continúa Mariana—. Con Esther, no tiene derecho a borrarse así nomás del grupo, es una falta de respeto.

—Ay, mamá —exclama riéndose Daniela—. A veces sos peor que mis compañeras de clase, todo te ofende…

Mariana la mira, riéndose.

De pronto ya no le importó Whatsapp, Esther, Nancy ni el grupo de amigas.

Su hija adolescente le había mostrado un espejo mejor que su psicólogo de años.

—Tenés razón —le contestó.

Daniela sonrió. Sus ojos en su celular.

Mariana suspiró. Su hija había sido su maestra ese día.

Por un rato saboreó ser aprendiz nuevamente.


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