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CUATRO DE CUARENTA



Martes de mañana. La luz entra por la ventana iluminando las toallas blancas colgadas. El vidrio empañado recibe el vapor de la ducha que se escucha de fondo. Guillermo deja correr el agua caliente sobre su espalda y cierra los ojos disfrutando de ese momento del día. Sus músculos se aflojan luego de una exigente clase de gimnasia y el baño es el descanso antes del largo día que le espera. Termina de bañarse y deja correr el agua desde su cabeza hasta sus pies por unos segundos. Su mente logra quedar en blanco y sólo pensar en la temperatura del agua y en el sonido de las gotas al resbalar sobre la mampara. Cierra la llave y se seca entre el vapor de agua que llena el pequeño baño. Los azulejos blancos labrados y el piso celeste pastel se iluminan con los primeros rayos de esa fresca mañana de Julio. Se viste en silencio en el cuarto, dándose pequeñas pausas para unos mates. Escucha el sonido de los pájaros del jardín y de su perro que no deja de ladrar. El silencio de la casa le suena raro, se oye hasta el suave sonido de los zapatos de cuero sobre las medias negras de algodón. Repasa en su cabeza la reunión que tiene después del mediodía mientras se peina el pelo con gel hacia atrás y se perfuma la camisa blanca planchada. Ese día había sido bastante loco. Como todos los martes Roberto el profesor de gimnasia había llegado a su casa para darles clase a él y a Sofía , su mujer. Él particularmente no tenía mucho ánimo de hacer gimnasia esa mañana. El día anterior se había dormido tarde después de ver perder a Peñarol, varios whiskies mediante. Igualmente esa madrugada se había levantado como siempre, había llevado a los chicos al colegio y estaba mentalmente preparado para la rutina de la gimnasia. Roberto había llegado como siempre, con su mochila y su sonrisa a cuestas dispuesto a hacerlos sufrir el dolor necesario para poder dejar su pancita de sedentario. Ese día no era diferente a tantos otros, apenas llegó les dijo la frase “cuatro de cuarenta”. Ellos ya sabían lo que significaba: cuatro series de cuarenta abdominales. Guillermo ese día estaba bastante dolorido porque había hecho las cuatro de cuarenta el fin de semana. Su cuerpo le avisaba que se estaba excediendo un poco. Igualmente como su mujer las hizo sin chistar, él cumplió con las cuatro series. Luego vinieron los treinta minutos de trote y las interminables ochenta lagartijas. Ya estaba terminando la clase, Guillermo ya se preparaba para irse a duchar y empezar su jornada de trabajo, cuando Roberto les dice “y ahora sólo otras cuatro de cuarenta”. Guillermo no sabe qué pasó, hacía tiempo que no le sucedía. Viene ahora a su mente el episodio en el patio del colegio cuando el mellizo de los Rodríguez con su pelo peinado a la gomina para atrás, lo desafió con su risa burlona en quinto de escuela. De ese día sólo recordaba el dolor en su mano derecha y al patio de la escuela mudo por un segundo. Todo le daba vueltas y sólo escuchaba las palabras del Director después del recreo. Ahora no había sido el patio de la escuela, pero el sentimiento había sido parecido. La sonrisa de Roberto con sus “cuatro de cuarenta” le sonaban todavía en su cerebro.

Suena el timbre. Guillermo ya vestido para salir se asoma a ver quién es. En la puerta ve a su esposa entrando con el oficial de policía. Ella llora y su ropa está llena de sangre seca. Entran a la casa y ella lo mira con una mezcla de miedo y lástima mientras el policía le pone las esposas sobre la camisa blanca impecable. Guillermo no se resiste. En su memoria vuelven algunas imágenes de esa mañana. Antes de salir da una vista al living donde Roberto duerme de ojos abiertos sobre un río rojo ante la mirada del perro desde atrás del vidrio que no deja de ladrar.


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